viernes, 25 de febrero de 2011

Pavesas: manos de escayola para santos


2011, al poco de empezar
Es un privilegio y un honor y también me llena de honda satisfacción, el comprobar que bajo la búsqueda "mano de escayola para santos", éste blog se sitúa entre las primeras respuestas. Los caminos del Señor son inescrutables y aunque sus renglones tuerzan (o carguen) a la izquierda, su palabra es recta como un almidonado cimbrel. ¿Que qué tengo yo que ver con las manos, la escayola y la hagiografía? Algo, sin duda, cuando la Divina Providencia de Google así lo determina, pero no se me acaba de ocurrir sometido, como estoy, a las limitaciones racionales de todo mortal  y por ser de natural la voluntad de Dios y su Santa Madre incognoscible a los de mi especie.
No veo las ventajas, Madre del Divino Socorro; si ya es difícil para un santo masturbarse, más debe resultar hacerlo con una mano de escayola, y ¿cómo leerle el "fatum", a la mano de escayola de un santo? bueno, tal vez al ser santo ya el que antaño fuera varón, escribió su destino.
En casa de mis padres existía, eso lo recuerdo bien, "niña, no le pases el plumero al San José que lo vas a descascarillar", una talla en escayola policromada casi a tamaño natural que tenía, al haber sido bendecido por algún obispo en plena facultades mentales, indulgencia plenaria para tres generaciones. Dicho favor, que sus buenos reales de vellón y quizá alguna prueba de virtud, "niña, no te dejes dar mordisquitos, que luego todo se sabe", debió costarle a mi beata tatarabuela, agotó su plenipotenciaria presencia con mis abuelos. Quizá por eso, mi padre, cuando tenía a bien recibir en casa gente de más alta alcurnia intelectual o económica, tenía por hereje costumbre la de desprender la mano del santo, la derecha, concretamente, la misma que alargaba San José en paternal gesto buscando la manita del Niño de la Bola (hoy en día desaparecido del conjunto escultórico y que posiblemente está tocando las pelotas en el templo) y que se engarzaba en el brazo del carpintero, "niña, que luego las manos van al pan", por un vástago de unos diez centímetros. Ocultando, mi padre, su auténtica mano bajo la manga de la camisa se colocaba el celestial apéndice como si fuera una prótesis de la suya. Así era que cuando el vistante al poco de entrar se la estrechaba en gesto de cordialidad, él la desprendía repentinamente, quedando el visitante con la mano de escayola pintada entre la suya.
Una vez, un célebre catedrático de estética, "niña, ponte las enaguas de raso que hay convite", de esos que creen que la luz empieza y acaba en ellos, nos visitó en compañía de su bella doncella (una mocita dócil y siempre bien dispuesta con su insigne prócer, que le pelaba las manzanas y le saciaba, en los ratos de ocio, el escaso apetito) Así fue que mi padre, repitió el gesto, y tras levantar su brazo en señal de cercanía, al poco de entrar, le ofreció la mano. Cuando el "ego sum lux mundi" (en versión pila de a voltio y medio) quedó con la falsa mano entre la suya, enmudeció blanquecino (cual nacarado Moisés), mientras su devota oficiante soltaba un discreto alarido de horror.
Aquella noche, el cátedra tartamudeó más de lo frecuente y perdimos, entre trozitos de manzana y miradas de consuelo, la ocasión de conocer la esencia última de Goethe, "niña, deja de joder con la cancioncilla", y la verdadera intención vital, reservada a los iniciados, del joven Werther.
"Le he ganado por la mano, ¿no crees, hijo?", me comentó mi padre cuando se fue.
Letra de fado.







 


La mano de Dios. La "dextera", que contrariamente a la otra, "la siniestra", es augurio de fortuna. Y parece que no, que fuera del circulito no llueve...