"Dejeuner (et pissée) dans l'herbe" Foto: Luba |
2006 al atardecer.
¿Cuál puede ser la más razonable relación que guarden dos segmentos entre sí?
Euclides el alejandrino (pongámonos a suponer que existió) dió forma a la razón de las formas. En el principio del logos fue la geometría, las formas sometidas a nuestra naturaleza racional, luego vino lo demás, las demás ficciones (la poesía, la historia, la música, la épica, la religión...) que nos consuelan con la condición de creer que la realidad es razonable, que el mundo se asemeja siempre a algún patrón dialectico que se genera por variables de causa efecto; que un árbol, la finitud, una guerra, o el tiempo encajan en un marco contrachapado en la materia de lo lógico. Lo que sea con tal de evitar el caos y su primo segundo el azar (rezar por evitar la empanada mental de Dios, su tasa de alcoholemia superior al 0'3... cualquiera, por mucho tricornio, le retira el carné) Si en lugar de razón estuviéramos provistos de verde, hasta el aliento sería verdoso.
Euclides dictamina; la voz de Dios mide 1'618 (esa es, fraile Pacioli dixit, la divina proporción con la que Dios dibuja sus creaciones) El cosmos, morada y pensamiento de Dios, preserva en sus proporciones esa voz (Kepler) El hombre, imagen y semejanza de Dios (Leonardo) las cumple y la arquitectura, imagen y semejanza del hombre, la sostiene (Vitruvio)
Pero resulta que una meada esta sometida a la mecánica de fluidos y a la segunda ley de la termodinámica y su consiguiente entropía; una meada es un proceso imprevisible, turbulento, caótico.
Si incómodos son los líquidos, peor es que en medio de una proporción perversa, de féminas más altas que arquitecturas, una hembra se mee en la plaza pública.
Eso, llama al orden (y le da, formalmente, el coñazo)