miércoles, 23 de febrero de 2011

la obra: "Una malla no es tupida"

"Una malla no es tupida"
200 x 80 x 15 cmts
1997
Colección J. Llobet


1997 (o no, el calendario es para las alternativas)
El pliegue. No sé lo que es un pliegue. Sé que es un diseño de contención y de expansión del diablo. Un tinglado de registros y vinculaciones que me habla de la metafísica de la materia. "La semilla ya contiene el árbol", dijo Lao Tzu (si tuviera que decir cómo diría que plegado)
Deleuze me lo explicó: "Coje una servilleta y escribe en un vértice tu nombre, y en el reverso, en la esquina opuesta tu apellido". Así lo hago. "Tienes dos palabras sin vinculación aparente, ¿no?". Si. "Ahora dobla la servilleta tantas veces y de tantas maneras como haga falta hasta que tu nombre y tu apellido queden emparentados". Me esfuerzo en hacerlo éticamente bien. "Míralo, ¿Qué tienes?". No respondo. "Tienes una Asociación". Cierto: Jorge de los Santos. "Pero, ¿y formalmente?". Dudo. "Un pliegue, naturalmente".
El pliegue. Un percepto, un concepto visual de primera magnitud, que se me ha enredado en los pies desde hace años (¿qué es un año, papá?) y me oprime el diafragma y no sé si es hipo o son estertores.
El psiquiatra le dijo a Van Gogh: "cuando alguien empieza a trabajar en círculos es que está cerca de la locura" , tacharlo de loco sólo porque se había cercenado la oreja.  ¿Y cuando empiezas a pintar en pliegues? Esa será la teoría plástico científica que me dará fama mundial, salvo que Recaredo, esos godos bárbaros mandan mucho, lo impida. "Hijo, ¿estás bien?".
No sé lo que es un pliegue.
Aparte de eso, todo está bien.









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