"Razones y líneas para la formalidad de un desequilibrio razonable"
180 x 180 cmts
1993
Colección particular
1993. Lo jodido no es el infierno, sino que uno aprende el camino hasta él. Se lo digo en voz baja y el espejo que me mira y se calla.
Aquel día tuve que pronunciar un discurso, frente a las autoridades municipales, familiares, amigos de algún presente que tuviera amigos y público en general. El responsable del Centro de Arte Tecla Sala, anuncia lo "imprescindible" de esta exposición, "¿es realmente necesario que hable?", luego el comisario profundiza y alaba, "sí, aunque sólo sea para dar las gracias" y el curator que se alarga y yo que no veo por donde largarme y la concejala de cultura que maldisimula un bostezo y el de la mesa de los refrescos, vestido de barman en blanco y negro, que se hurga la oreja y yo que pienso en los cienpiés y en el por qué tienen cien pudiendo reptar, como las víboras y los besos, y el delegado de la Generalitat que aplaude la ocurrencia y el comisario que sigue y yo que creo, o pienso creer que creo, que no hay razón alguna para mi discurso y que podría darlo en latín provenzal, así seguro me aplaudirían los romances y que me pregunto que si después del parlamento habrá baile con su pickup de aguja y su coro de eunucos.
Dos días más tarde, el mayor galerista del país me contacta y que ha visto la exposición, casualidades de la vida, y que tiene grandes proyectos para mi obra y que nos citamos para dos días más tarde, mañana no puede, casualidades de la vida, y Goethe que le hace murmurar a Fausto, "detente, instante, eres tan hermoso", y el jodido instante, un instante después, se detuvo y el corazón del galerista que dejó de sangrar y Mefisófeles se río con una hebra de carne entre los dientes. Y al galerista lo enterramos, dos días después, de maitines, en una iglesia de pueblo con cipreses, esquinas y beatas.
Y el tañido de campana que suena a martinete y que nunca vuelve a la campana.
Aquel día tuve que pronunciar un discurso, frente a las autoridades municipales, familiares, amigos de algún presente que tuviera amigos y público en general. El responsable del Centro de Arte Tecla Sala, anuncia lo "imprescindible" de esta exposición, "¿es realmente necesario que hable?", luego el comisario profundiza y alaba, "sí, aunque sólo sea para dar las gracias" y el curator que se alarga y yo que no veo por donde largarme y la concejala de cultura que maldisimula un bostezo y el de la mesa de los refrescos, vestido de barman en blanco y negro, que se hurga la oreja y yo que pienso en los cienpiés y en el por qué tienen cien pudiendo reptar, como las víboras y los besos, y el delegado de la Generalitat que aplaude la ocurrencia y el comisario que sigue y yo que creo, o pienso creer que creo, que no hay razón alguna para mi discurso y que podría darlo en latín provenzal, así seguro me aplaudirían los romances y que me pregunto que si después del parlamento habrá baile con su pickup de aguja y su coro de eunucos.
Dos días más tarde, el mayor galerista del país me contacta y que ha visto la exposición, casualidades de la vida, y que tiene grandes proyectos para mi obra y que nos citamos para dos días más tarde, mañana no puede, casualidades de la vida, y Goethe que le hace murmurar a Fausto, "detente, instante, eres tan hermoso", y el jodido instante, un instante después, se detuvo y el corazón del galerista que dejó de sangrar y Mefisófeles se río con una hebra de carne entre los dientes. Y al galerista lo enterramos, dos días después, de maitines, en una iglesia de pueblo con cipreses, esquinas y beatas.
Y el tañido de campana que suena a martinete y que nunca vuelve a la campana.