2011, otoño, y que gracias al dios capital y a la obsolescencia planificada (y a la percibida) y a los que malbarataron el hedonismo (convirtiéndolo en una compresa desechable) y a los que nos mienten en nombre de la verdad (que les protege y les hace verdaderos sólo porque tienen el poder), resulta que de los bienes de consumo adquiridos sólo nos quedará en casa, a los seis meses, el uno por ciento de ellos y que generamos dos kilos y medio de basura al día y producimos, y esto es lo que peor huele, seiscientos setenta y tres millones de imbéciles por minuto y que sólo Bach y las irrumatio nos podrán perfumar los pies.
Antes de ayer en un centro comercial de alimentación. Una explanada colindante con los lugares de aparcamiento señalizados y una capacidad aproximada de cincuenta vehículos. Apenas cuatro aparcados.
Termino las compras; comida precocinada, cuatro yogures, jamón de York envasado, dos fletán (tipo de pescado parecido al lenguado que normalmente está muerto cuando lo congelan) congelados, dos manzanas, una barra de pan, una gaseosa, paquete de seis rollos de papel higiénico, dos como coñohapodidosubirestootravez, un brick de leche, bollería de desayuno (en envases de a seis), zanahorias (un paquete para el caballo), tres latas de atún, un paquete de menestra de verduras y un “padre, ¿por qué me has abandonado?”
Salgo con el coche y un vehículo de esos, de los del chiste de la fragoneta y el gonovolumen, bloquea la salida del aparcamiento. Junto a la puerta del carromato dos féminas que no sumarán (ni saliéndole bien las cuentas) cuarenta, charlan amigablemente, mientras tres chiquillos zarandean los carritos de la compra, mientras sube el pan, mientras en el fragovolumen y en la gononeta ya no cabe nada más.
Bajo la ventanilla y en un correcto giro proposicional le sugiero a la que tiene las llaves en la mano; “Querida, tienes el aparcamiento vacío, ¿por qué no aparcas en otro sitio?”
“Yo aparco donde me sale del coño”, me responde la criaturita que si así tiene la boca habría que verle la Tena Lady (de oferta a tres paquetes por el precio de dos en el súper y de regalo una de alas anchas, como los ángeles, para recogerlo todo en el cielo)
Y pienso en sus preceptores, desde su reputísima madre a doña Belén Esteban, y pienso en lo que será la ignorancia de este animalito en las bellas artes del fornicio y pienso, al verla, que el excremento tiene sitio en la vida (de la digestión doliente de una vaca florecen lirios) Pero aunque acepto los restos pestilentes que hacen de lo podrido la promesa del sentido, pienso, también pienso, que una cosa es asumir la realidad de la mierda y otra vivir en un estercolero.
“¿Por qué te preocupas por esas cosas, Dante?”, me pregunta Beatriz, que tuvo a bien, frente a los ojos de perra de mi amada Valérie, la infinita, hacerme una antológica “irrumatio” (nótese que no digo “mamada”, ni siquiera felación, pues para los latinos “felar” era lamer sin ganas, chupar como por obligación, algo de putas sin oficio) “¿Y por qué lo seguimos llamando felación?”, vuelve a preguntarme Beatriz (si Virgilio me mostró los infiernos, bien pudiera Beatriz mostrarme el cielo), porque los dueños del motivo, dados a condenar a las putas tras irse de ellas y a legitimar su pureza en nombre de la corrección lingüística a golpe de machete santificado (de venta en el súper, en el estante junto a los paquetes de jabón el lagarto), creyeron, querida, que había que despreciar con el lenguaje (con el entendimiento) lo que acabas de ofrecerme.
Y vuelvo a pensar en lo que le saldrá del coño a la que aparca donde quiere y me cisco (por contribuir a la causa) en los que hicieron de ella un vómito más, depositado, cuidadosamente, meticulosamente, en este vertedero. Y recuerdo tu lengua de mariposa, Beatriz, y la perra mirada de Valérie sacándome, como levantan al cielo a las vírgenes de palo, de esta grande, muy grande, inmundicia que nos han hecho creer que es la verdad.
Me queda algo de la bollería del desayuno y un par de rollos de papel higiénico, ¿puedo ofrecerte algo?