En el Prefacio del "Tratado teológico-político" de Spinoza
La gran radicalidad del poder es la de hacernos creer que
nuestra realización pasa por su perpetuación. Convencernos de esto es su poder
y su supervivencia. Mientras nos sigamos realizando como humanos dentro de
determinado marco de poder, éste nunca cambiará.
Así, cualquier revuelta, indignación o pataleo cuya
aspiración sea el integrarse en los mecanismos de recompensa que el poder nos
ofrece contiene en sí misma el antídoto contra sus manifestaciones
revolucionarias. Nunca será una revolución.
Una revolución pasa por la realización fuera de los marcos
de poder (de nómada a sedentario, cuando el poder concreta lo humano en el
nomadismo, de proletario a camarada, de miserable a clase media, cuando la
clase media ni existe…pero si, por ejemplo, los revolucionarios franceses del
XVIII hubieran aspirado a ser aristócratas, algo ya admitido en su estructura
de poder, no hubiera habido nunca revolución…del mismo modo, una revolución
desarticula el modelo social de familia, pero un reajuste permite que la
homosexualidad sea acogida por ese modelo de familia) Una revolución descompone
la estructura de poder y hace que su cuerpo sea incompatible con el propuesto (el
veneno según Spinoza…una revolución es una enfermedad mortal para el poder) La
revolución no pasa por eliminar al corrupto del sistema social sino por
erradicar nuestra ansia de corrupción para prosperar en el sistema social, esto
es un ejemplo.
El esperma de las actuales revueltas es la precariedad (económica,
social y moral) No es una epifanía, ni una idea, ni una aportación
intelectual, es la precariedad. Cuando una propuesta se basa en la precariedad, a lo que se
puede aspirar en la acción es al tumulto y en su reflexión política al reajuste. Nada
más que al reajuste, porque está reclamando que el poder, el existente, repare
su precariedad. No queremos desintegrar los enlaces orgánicos del poder
(seguimos convencidos de la verdad del poder), es más, intentamos proteger al
poder del veneno, ese sí más revolucionario, que propone (quizá contra historia,
quizá no) el neocapital. Estamos siendo contrarrevolucionarios que creen que el poder debe reajustarse para
luchar contra ese nuevo virus que no contempla lo humano en base a no perder
los reajustes que hemos ido introduciendo precisamente para preservar el poder
que nos viene amparando. Queremos seguir siendo humanos con las gratificaciones
(formación de servidumbre, capacidad productiva servil y derecho a la deuda)
con la que nos venía recompensando el poder.
Y no pasa nada por decirlo y no va a ser fácil conseguirlo
(especialmente cuando el contrapoder capital sabe que puede calmar nuestras
aspiraciones conservadoras, precarias, tristes, con un bocadillo de calamares, impidiéndonos pagar la ronda, en un pausa, con nuestra tarjeta de
crédito, o con nuestro subsidio de desempleo)