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Et tous les soleils à venir
ne pourront que me refroidir.
ne pourront que me refroidir.
Dominique A.
2004, diciembre
“Y el agua hecha agua
que aparece y que hay tempestad y el agua hecha agua que me cubre, por arriba y
por abajo, y que me acerco a la playa y
lleno los bolsillos de pan y hundo los pies en el mar, “hijo, ¿estás bien?”, y
que digo que sí, que aparte de eso todo está bien, y que dejo que las conchas
me besen los pies y que el cielo que recoge del mar el agua, hecha agua, que me
lame la frente y el rayo que guía la oscuridad, hacia la oscuridad, y yo que le
pregunto, a la oscuridad, si se comió, de pura hambre el mar, y que aún, amor,
no te he escrito aquello en un cristal, que parece agua hecha agua, y tú, amor,
que todavía no has olvidado lo que aún no le te escrito y yo que sólo pienso
que es tan hermosa que no sé que hacer con ella. Y que creo, en frente,
divisar, en medio del tiempo, una isla, a poco que me atreva, amor, a levantar
la vista.”
Me lo contaba un marino que naufragó un día:
Te agitas, te pasmas, pareces estúpido, no entiendes que te
estás hundiendo. Tu voz se va haciendo más pequeña, alguien ha echado las
cortinas, te miran desde la orilla de los vivos pero como que no te ven. Las
figuras, fuera, se afinan como un alfabeto en una lengua extraña con la que se
podría haber escrito, sobre un mantel, cualquier cosa. Y piensas que es
sencillo hundirse, y piensas en dejarte, en renunciar, y piensas ¿renunciar a qué? y te
acuerdas, un momento, de sus piernas de papel y las amas como si fueran la cola
de una sirena y te dice el poeta que mientras mayor es la belleza más grande es
la mancha (y que no te ahogas, que sólo te están manchando) Y el cristal se
empaña. Y crees, lo crees firmemente, que ese animal que se agita no eres tú,
es otro, inventado por amores viejos y oyes, entre eructos de peces, las
excusas de los vivos y descubres, sólo, tú solo, que las lágrimas están hechas
de agua de mar.