jueves, 2 de febrero de 2012

Pavesas: un besugo no se hunde (salvo si está muerto, sin metáforas)


19 lleva Enero del año de 2012 y yo que creo, o al menos eso creo, que son muchos lamentos ya y que harían falta, al menos eso creo, todos los dedos de las manos de un ciempiés para contarlos. Charlo en la Universidad Autónoma de Barcelona sobre el símbolo artístico. 
Y hablamos y hablamos y nos decimos que somos entidades creadoras, nuestra conciencia, que necesitan construir una identidad, la del yo que, como el viejo dios hindú, crea el mundo sólo con pensarlo, el mismo mundo que, a su vez, crea ese yo. Un proceso de amor infinito; yo te creo a ti y tú me creas a mí. Mientras dure el pacto estaremos vivos. Y nos besamos, mi realidad y la realidad del mí, con puntadas que tejen la sábana que nos cubre. Esa aguja que pincha es el símbolo y el hilo es la correspondencia. Y hablamos y hablamos, y yo que espero que no te gires y tú, mientras te giras, “¿Cómo pude volver la mirada, amor?”, y hablamos y hablamos y luego, con una maleta que no es mía sino ya una correspondencia, vuelvo a casa.
A la gatita le pusimos por nombre Mademoiselle Marché aux puces, aunque la solíamos llamar Manenette.
Hay un barco que se hunde. Cinco mil (páguese #5.000# al portador) pasajeros. Encallado en las rocas costeras como si formara parte de una actividad programada (cruceros de placer) el coger mejillones desde el camarote. Y hay un capitán, que no se hunde. Y todos, y yo, buscamos un símbolo que de significado a estos signos (barco, inútil y hundimiento) y que siga creando el mundo y al que lo crea.
Y construimos, a golpe de pelvis y jaculatorias, la metáfora (el símbolo y la correspondencia) hasta que aparece una; el advenimiento de un mediocre. Un tipo simpático, que trepa, trepa y no se hunde, que cuenta chistes con soltura, “charmant, my dear”, descarado, aunque guapito de cara, que sabe qué vivo beber, un poquito canalla (siempre que eso no manche), capaz de bailar un agarrao con buena cintura, “cheek to cheek”, con las dos manos en el culo, atrevido, “me encantas, cheri”, lo justo para no jugarse nada, con labia y una lengua de chulapillo que repta por el entendimiento de otros mediocres que creen creer que él no, y ellos tampoco, son tan mediocres. Un tipo listo, pero mediocre, al que los de su estirpe le dan un barquito para que lo hunda, pero él no se moje. Un mediocre. Dos mediocres, tres mediocres y un barco blanco.
Era pulgosa, al menos así vino, por eso lo del Marché aux puces. 
La metáfora del barquito, la del inútil al que le espera su puesto de responsabilidad, en la torre de mando, para que la media ponderada se pregunte, al menos eso creo, ¿cómo este inútil nos gobierna?, mientras añora, la media, ser tan inútil como él y levantarse los sábados, entre copas y medallas, pivones, trofeos, de quince cuartas y tres agujeros agujereados, y saber levantar el brindis, y poder, desde la aceptación de su inutilidad, hundir un barquito (abrirle en el casco la boca, el ano y la vagina para que circule por ellos su agua que engendra el mundo mediocre de un mediocre)
Y si uno algo entiende de la sodomía de la conciencia, que enviste con pollas de metáfora, es que no podrá renunciar a ella y hablamos y hablamos y enterramos a la gatita en el jardín, y  a veces, cuando sopla el viento del sur y aparecen mariposas de su color, me acerco a su cama y le cuento metáforas que ella, en silencio, escucha.
Y hoy, que no he escarbado bajo tu falta por miedo a encontrar otra metáfora, pienso que hablamos y hablamos, y pienso, al menos eso pienso, que hablamos.